
Un equipo de investigadores liderado por científicos de la Universidad de Pensilvania, en colaboración con la Universidad de Pittsburgh y el Scripps Research Institute, ha identificado un mecanismo cerebral que podría revolucionar el tratamiento del dolor crónico. A diferencia del dolor agudo, que actúa como señal de advertencia ante lesiones, el dolor crónico persiste incluso después de la recuperación física, afectando a unos 50 millones de personas en Estados Unidos.
El estudio, publicado en la revista científica Nature, se centró en un grupo específico de neuronas del tronco encefálico conocidas como neuronas Y1R, ubicadas en el núcleo parabranquial lateral (lPBN). Estas células no solo se activan en estados de dolor persistente, sino que también procesan señales relacionadas con necesidades básicas como el hambre, la sed y el miedo. Esta conexión sugiere que el cerebro puede modular la percepción del dolor cuando otras prioridades vitales entran en juego.
Utilizando técnicas de imagen de calcio en modelos animales, los investigadores observaron que las neuronas Y1R no reaccionan únicamente a estímulos dolorosos breves, sino que mantienen una actividad constante durante episodios prolongados de dolor, fenómeno conocido como actividad tónica. Esta persistencia neuronal podría explicar por qué algunas personas continúan experimentando dolor mucho tiempo después de una lesión o cirugía.
El hallazgo se originó a partir de una observación inesperada: estados como el hambre parecían reducir la percepción del dolor crónico. Investigaciones posteriores demostraron que otras condiciones de supervivencia, como la sed y el miedo, también pueden suprimir el dolor prolongado. El equipo descubrió que el cerebro utiliza el neuropéptido Y (NPY) como molécula de señalización para priorizar necesidades urgentes. Cuando el NPY actúa sobre los receptores Y1 en el lPBN, atenúa las señales de dolor, permitiendo que el organismo se enfoque en la supervivencia.
Además, los científicos identificaron que las neuronas Y1R no forman grupos homogéneos, sino que están dispersas entre distintos tipos celulares, lo que podría facilitar la modulación de diversas formas de dolor a través de múltiples circuitos cerebrales. Esta distribución en mosaico abre nuevas posibilidades para entender cómo el cerebro gestiona el dolor en contextos complejos.
El descubrimiento ofrece una vía prometedora para el desarrollo de biomarcadores que permitan diagnosticar el dolor crónico a nivel cerebral, algo que hasta ahora ha sido difícil de lograr. Los investigadores esperan que esta nueva comprensión de los circuitos neuronales involucrados en el dolor persistente impulse avances terapéuticos que mejoren la calidad de vida de millones de pacientes tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo.